enero 10, 2012

Yo también envié una cadena

Ya hemos dado suficiente muestra de nuestro odio visceral por los humanoides que reenvían cadenas de mails con asuntos tan importantes para el futuro de la especie como "Hotmail va a cerrar" o "Cuidado, no abras el mail con el asunto 'Sos un boludo a cuerda' porque puede contener un virus (o algunas verdades)". 
Después de años de poseer una cuenta de correo electrónico el 90% de los cibervivientes sabe que no existe ningún nigeriano bondadoso que nos quiere regalar tres millones de dólares, ni hay una lotería en Katmandú que hemos ganado sin siquiera saber que existía. Hay un 10% que vive -y vivirá- en un termo.
Pero, haciendo memoria, la que suscribe recordó de pronto que ella misma fue víctima de una cadena de correo, ¡aún cuando el e-mail no existía!
En su defensa diremos que esto le sucedió en su más tierna infancia. Cuando era toda bondad e inocencia.
La susodicha encontró un sobre debajo de su puerta, totalmente en blanco, y como no pudo resistir la tentación lo abrió.
En el interior había una hoja fotocopiada con una carta manuscrita en la que se enumeraban una serie de estupideces incomprobables, tales como "Raúl Gómez recibió esta carta, continuó la cadena y a los 5 días se ganó el loto" o "Margarita Ramos decidió no continuar con la cadena y a los tres días se murió atropellada por el 60".
El cometido de la misiva era que el receptor hiciera un número determinado de copias y lo repartiera a diferentes personas. 
A mayor cantidad de copias entregadas, mayor el grado de buena suerte que uno obtendría.
Pero lo más importante era que si el receptor decidía tirar la carta y cortar la cadena, el mismo infierno se abatiría sobre él.
Todo tenía plazos fijos, como en un banco mágico: a los 5 días comenzaban los efectos de la carta.
Demás estar decir que la que suscribe hizo las copias y las repartió por el barrio (con terror de ser descubierta en semejante pavada). Y demás está decir que no se ganó el loto. Ni a los cinco días, ni a los cinco años.
Lo que se pregunta hoy la que suscribe, un poco enternecida por su ingeniudad de niña, ¿es qué clase de beneficio reportaba la cadena en cuestión?
A excepción del 10% de seres que viven en un termo, sabemos que las cadenas de e-mail se realizan para hacer publicidad, recabar bases de datos... pero y ¿en este caso? ¿Qué objetivo buscaba el que comenzó la cadena?
Un verdadero misterio... a no ser que la respuesta estuviera a la vuelta de la esquina. De la esquina de la que suscribe. Donde estaba el kiosko de Chicho, dueño rgulloso de su última adquisición tecnológica, una reluciente y nuevita fotocopiadora. 
 

1 comentario:

Ana Laura dijo...

Yo también recuerdo esas cadenas, a veces eran varias hojas manuscritas las que había que copiar para no terminar padeciendo el infierno de los herejes. Realmente no entiendo mucho qué beneficios redituaban, ni qué las motivaba, pero ¡cómo jorobaban!

(Creo que alguna copié y repartí tambien, no te sientas sola en tu bobera)

Saludos!