Imbuídos del espíritu navideño, ese tsunami que nos asalta cada año inundándolo todo de palabras melosas, cursilerías de toda laya, pobres diablos muriendo de hipotensión a causa de sus disfraces de Papá Noel -tan aptos para nuestras latitudes- y arbolitos de plástico lastimosos en cada rincón; hoy queremos dedicar este post a un invento navideño miserable si los hay.
Una creación del mismísimo Mefistófeles, un día en el que se levantó con dolor de callos plantales, y decidió torturar un poco más a la humanidad.
Un producto que debería ser prohibido por causar daños severos en la psiquis humana. En fin, una verdadera, lisa y llana ba-zo-fia.
Hablamos, queridos lectores, de las luces de navidad con musiquita.
¿A qué mente retorcida se le ocurrió inventar semejante artefacto? Y peor aún,
¿a qué cerebro destruído por exceso de pan dulce seco y champagne barato puede pensar que es una buena idea adornar un arbolito de navidad con una ristra de luces que no sólo son horribles en su juego esquizoide de colores sino que además nos canta un villancico en taiwanés ad infinitum?
Jingle bells repetida hasta que nos estallan los oídos (o nos los hacemos estallar con un rompeportones). Qué hermoso.
La próxima vez que divisemos semejante afrenta a la dignidad y conservación humanas, no dudaremos en destruir a patadas el susodicho arbolito y pisotear sus luces cantoras, no sin antes acogotar con una guirnalda de colores al dueño de ese engendro navideño por carecer de gusto y de la más mínima decencia.
Están avisados.
Hasta la próxima.
Y felicidades.
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