A veces odiaba ser tan racional. Pensar en cada detalle y sus posibles consecuencias, no sólo lo cansaba, sino que le quitaba a la vida eso que otros llamaban espontaneidad. Pero por otro lado, en general las cosas sucedían como él las había pergeñado en su mente. Por eso, sus amigos lo bromeaban,llamándolo “Sr. te lo dije”
Los nervios le hacían temblar las manos. Había buscado un bar que conocía. Diez minutos antes del horario pautado, se había sentado en un box, desde donde podía ver la puerta sin ser visto.
Tenía miedo, y estar allí, esperando a una semi desconocida, a su edad, le daba algo de vergüenza.
Sólo la había visto en una foto, pero desconfiaba de esa imagen pequeña y borrosa, como desconfiaba de casi todo. Él le había enviado una en la que aparecía sin los anteojos. No sabía bien por qué: sus amigos siempre le dijeron que se veía mejor con los lentes puestos, que le daban un aire intelectual. Pero no quería parecer intelectual. Quería parecer natural.
Mientras pensaba en ello, pidió un café y apoyó el libro a un costado. Cada vez que la puerta se abría, estiraba un poco el cuello para ver si era ella, y volvía a meterse en su box rápidamente.
"La voy a decepcionar", pensaba. Sabía que las palabras engañan, aumentan, deforman. ¿Qué imagen tendría ella después de esas largas noches de conversación por chat? ¿Qué tanto lo habían adeformado las palabras, a él, que siempre se refugió en esa manera particular de escribir, que tanto encantaba a sus pocos pero fieles lectores?
¿Cómo iba a hacer para mantener una conversación que estuviera a la altura de aquellas otras? Sabía que sus habilidades orales eran muy escasas comparadas a las escritas. Los demás siempre se desilusionaban al oirlo personalmente, porque no podían reconocer en él a esa persona especial que reflejaban sus libros.
Miró el reloj pulsera. Ya era la hora indicada. El café lo aguardaba frío en su taza.
Cinco minutos después una mujer entró al bar. Llevaba un libro en la mano izquierda, y en la derecha un gran bolso de cuero marrón. Buscó a alguien con la mirada, y al no hallarlo, decidió sentarse cerca de la ventana. El se había escondido y cada tanto espiaba en su dirección.
“Es hermosa”, pensó. “Parece mucho más joven. Es mucho más…”
De pronto se dio cuenta que estaba revolviendo el café con furia. Necesitaba calmarse. No sabía cómo acercarse a aquella mujer, que atraía la mirada de todos los hombres. Hombres más jóvenes que él, más atractivos…
Trato de darse ánimos. Pagó el café sin haberlo probado y se acercó al borde del asiento con su libro en la mano. Ella intentaba leer, pero no podía dejar de mirar por la ventana. Su ansiedad era evidente.
"Ya estoy acá, ya conoce mucho de mi… pero, no es lo mismo. Yo no soy el mismo."
A pesar de todo, tomó aire y se paró., caminando en dirección a su mesa. Ella no lo vio acercarse, porque en ese instante estaba buscando su bolso y se levantaba mientras guardaba el libro dentro.
"Debe haber pensado que no vine. No, no, si pasaron pocos minutos… Se arrepintió, seguro se arrepintió."
Estuvieron a punto de cruzarse, pero él apuró el paso y bajó la cabeza, saliendo del bar a toda prisa. Recién en la esquina disminuyó su velocidad. El corazón le saltaba del pecho. Miró hacia el bar y no la vio.
Ella llegó al pasillo y se dirigió al interior del bar. Lo buscó, esta vez en las mesas del fondo. Pasó al baño y se miró en el espejo. Estaba un poco despeinada y nerviosa. A su edad, encontrarse con un semi desconocido la llenaba de intriga. Pero confiaba en que todo iba a ir bien, o por lo menos, iba a intentarlo.
Esa noche recibió su último mail. Tenía sólo dos palabras: Me decepcionaste, decía.
Después de leerlo, no quedaba más que pensar. A veces odiaba ser tan racional, pero más odiaba ser tan estúpido.
“Me equivoqué en una sola cosa- se dijo-: Nunca la vi salir del bar… Por lo demás, ya sabía cómo iba a terminar todo.”
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